Jhoel de 25 años comparte lo que es la vida después de haberse graduado del programa de Compassion. Él reflexiona sobre el legado que su iglesia y Compassion crearon en su vida – y cómo su pasión por servir a Dios está abriéndole camino para seguir alcanzando sus metas y ser luz donde quiera que vaya
Tal y como fue contada a Fernando Sinacay, fotoperiodista de Compassion Perú.
Me llamo Jhoel. Tengo 25 años, y esta es mi historia hasta el momento.
Mi mamá dice que Dios empezó a obrar en mi vida aun antes de nacer. Cuando ella estaba embarazada a mí, el doctor le había dicho que habían encontrado un fibroma en su vientre – y si crecía más, estaba en riesgo de tener un aborto. Mis tías la animaron a orar y entregárselo todo al Señor, y así lo hizo. En su próxima ecografía, el fibroma ya no estaba, ¡y nací saludable!
Nunca conocí a mi papá, y no tengo recuerdos de él.
Solíamos vivir en una casa de madera pequeña en un cerro de la ciudad capital. La única ventaja de eso era las luces chéveres en la noche y la vista bonita desde la ventana. El subir y bajar por estos cerros no era tan bueno para mí porque tenía asma severa de niño. El usar inhaladores y visitar hospitales era muy típico.
Antes que mi mamá pueda comprar un camarote para mi hermano menor y para mí, y una cama para ella, todos compartíamos la misma cama por muchos años. Era bonito finalmente poder amoblar la casita con un ropero y un televisor, pero el espacio se hacía cada vez más pequeño.
Mi mamá ha trabajado en costura, limpiando casas y lavando la ropa para mantenernos. A pesar de la escasez alrededor, nunca sentí que me faltara nada. Mi mamá siempre trabajó muy duro y se aseguraba de darnos ropa y comida. Ella nos inculcó el deseo de sobresalir en la vida, de apuntar a más, de buscar a Dios y de verlo a Él como nuestro Padre celestial.
Empezando en el programa
Mi mamá dice que en realidad nunca le importó mucho las cosas de Dios hasta que nos tuvo. Cuando éramos pequeños, ella empezó a ir a una iglesia en el vecindario donde Compassion tenía un programa para niños.
Mi hermano y yo fuimos inscritos ahí cuando teníamos 6 y 7 años. Mi mamá se involucró y sirvió como tutora, tesorera y ayudaba en la cocina. Cuando sobraba comida, la llevaba a la casa para nosotros.
Ella también dice que se sentía más tranquila cuando tenía que ir a trabajar porque sabía que estábamos en un buen lugar y aún más importante, estábamos aprendiendo sobre Dios.
Los años siguieron pasando. Nuestro vecindario no era seguro, así que tuvimos que afrontar nuevos retos ahí.
e metían a nuestra casa para robar. Los ladrones se llevaban nuestra ropa, el televisor, varios balones de gas que mi mamá usaba para cocinar, y todo lo que podían. Era alarmante. Eso sucedía por lo menos 3 veces al año, y por eso – y los problemas de asma que todavía tenía – nos mudamos a una parte más cálida del país, cerca al hermano de mi mamá.
Antes de mudarnos, mi mamá se aseguró que seamos transferidos a otro programa de Compassion en la nueva zona donde íbamos a vivir – en la zona está uno de los puertos marítimos más importantes de la región y del país.
Era como empezar de nuevo: un nuevo vecindario, una nueva iglesia y un nuevo programa de Compassion.
Cuando miro atrás, puedo decir que una de las cosas que más valoro sobre mi tiempo en el programa son mis padrinos. Ellos estuvieron conmigo durante toda mi estadía ahí, aun desde antes que me mude. Nunca dejaron de mandarme un regalo de cumpleaños ni de Navidad.
Sus cartas todavía significan mucho para mí, y siempre fueron de gran aliento. A veces compartía cosas con ellos que no compartía con mi propia familia, y siempre estaban listos para escucharme, para orar por mí y darme un consejo y dirección.
¡No me gustaba cuando sus cartas eran muy cortas! Sonría mucho cuando me decían que me había llegado una carta de ellos. Siempre me preguntaba cómo eran físicamente, y la primera foto que vi de ellos se me clavó en la mente cada vez que leía una de sus cartas. Cuando les escribí por última vez, fue doloroso. Son personas muy especiales, y aún espero conocerlos algún día.
Creciendo como un líder joven
Cuando estaba terminando la secundaria, siento que fui confrontado con la pregunta, ¿qué significa realmente ser cristiano? Hasta ese momento, yo simplemente me limitaba a hacer lo que se esperaba de mí. Pensaba que sentarme en un servicio de la iglesia y estar de alguna manera involucrado me hacía un seguidor de Cristo.
Después de terminar mi carrera de gastronomía con el apoyo del programa y el de mi mamá, empecé a involucrarme más con los jóvenes de la iglesia y con otros compañeros de Compassion.
Esta época me abrió los ojos y cambió mi vida.
Nuestros mentores en el programa creían en nosotros y vieron potencial en nosotros. Me inspiraron y me animaron a estudiar la Biblia por mi cuenta y a desarrollar un corazón de servicio. Empecé a cambiar mi manera de pensar, de hablar y hasta de vestir. Hubo una transformación y un cambio en mi corazón.
Entregué toda mi vida a los pies de Cristo durante un campamento organizado por el programa, y mi vida no ha sido la misma desde entonces.
Actualmente soy el presidente de nuestro ministerio de jóvenes en la iglesia. Involucramos a los jóvenes para que ellos también sepan lo que es servir a Dios, lo que sea que eso signifique en el momento: limpiar, decorar, poner sillas, organizar campamentos, compartir una enseñanza bíblica y mucho más.
Amo a Dios, y amo servirle a Él y a su iglesia. ¡Estoy muy agradecido!
Una vida de trabajo y servicio
Ahora estoy en mi primer año en la universidad, estudiando economía. Trabajo en logística en la industria pesquera de mi pueblo. Mi horario es flexible y me permite seguir creciendo profesionalmente, tener ingresos para apoyar a mi mamá y mi hogar, y especialmente crecer espiritualmente, servir al Señor y compartir lo que Él ha hecho en mi vida.
Hacer lo correcto en el trabajo fue un desafío. Hay un sistema corrupto en este campo. La deshonestidad y el soborno son algo normal.
La gente me decía, “tú no vas a venir acá a cambiar las cosas,” pero yo sé que soy llamado a ser luz en las tinieblas, y Dios me dio la fortaleza y la valentía para hacer lo que a Él le complace.
Ahora, no sólo he ganado experiencia sino el respecto de la gente en mi trabajo, y comparto mi fe y planto semillas del amor de Dios cada vez que tengo la oportunidad.
La contribución más grande del programa en mi vida – aparte de todo el apoyo que he recibido – es un legado espiritual. Ese es el tesoro más grande.
Estar ahí me guío a la gente correcta, a mi Señor y Salvador, a mis mentores, y a grandes amigos piadosos. Pude ver en ellos ejemplos en vida de lo que es vivir para Dios, y pude creer que yo también lo podía hacer.
Seguir a Cristo y vivir para Él no es una moda y algo conveniente del momento como solía pensar. Es un compromiso para toda la vida y una manera de vivir. Él transforma vidas.
Oro para que Dios siga dándome salud y los recursos para seguir sirviéndole y ayudar a la gente donde quiere que vaya.
No serán avergonzados en el tiempo malo, Y en los días de hambre serán saciados.
Salmo 37:19