Una Bendición Calida
“En las profundidades del friaje, las familias más vulnerables en los Andes peruanos son los más golpeados cuando bajan las temperaturas. Cuando Sthefany de 11 años y su familia luchaban por sostenerse y lidiaban con las condiciones extremas del clima, el programa de la iglesia intervino con el apoyo y el aliento que tanto necesitaban.”
El friaje
“Me sobo las manos y las soplo sin parar para seguir calientita. Se siente como que el frío penetra en los huesos, especialmente en la noche,” dice Stefhany de 11 años al caminar a su casa en una tarde muy fría en los Andes peruanos.
A esta altura, el aire es helado y agudo como un cuchillo.
Todos en esta comunidad tratan de llegar a casa antes de las 4 pm, para evitar lo peor del clima. vSthefany y su hermano hacen lo que pueden para abrigarse con chompas y gorras y toman bebidas calientes rápidamente, antes que sus tazas se enfríen.
Después, Flora, la madre de Sthefany, pone hierbas a hervir para el té, sale de la casa, mira hacia arriba e intenta sentir algunos rayos de sol en el rostro antes que el día se ponga más oscuro.
“Estos días son tristes. A nadie le gusta. Tenemos que guardar comida con semanas de anticipación. No hay trabajo. Algunos animales mueren, y ni siquiera nos podemos comer la carne porque se mueren enfermos. Sale el sol, pero aun así hace mucho frío,” dice Flora.
El sentir de esta familia se replica en toda la región andina durante una de las condiciones climatológicas más extremas en el sur de Perú. Esta época es conocida como el friaje. Dura desde mayo a agosto todos los años, y las temperaturas pueden llegar a los 15 grados Celsius bajo cero, golpeando duro a los hogares más vulnerables y menos privilegiados.
Luchando por sobrevivir
El esposo de Flora batalló mucho intentando encontrar un trabajo estable por muchos años después de tener un cuadro y recuperarse de tuberculosis. Flora se las arregló para encontrar trabajo, cuidando a 14 niños infantes y también aprendió sola a hacer y vender manualidades – pero sus ingresos sólo le alcanzaban para suplir sus necesidades básicas.
Un día, cuando Flora se recuperaba de una operación por un quiste, un anuncio inusual a través de un parlante en su vecindario llamó su atención.
“Era la iglesia local. Dijeron q había un nuevo programa en la comunidad y que podíamos inscribir a nuestros hijos ahí. No estaba realmente segura de qué se trataba el programa, pero igual registré a mi hija. Le pedí a mi cuñada que la lleve a Sthefany por mí,” dice Flora, sonriendo.
Sthefany tenía curiosidad y estaba emocionada por el nuevo programa. Ahora está feliz y más que agradecida de formar parte de él. “Me hace sentir bien y me pone contenta. Es diferente, la gente es muy amable y nos tratan bien. Ya hice nuevos amigos. Nos enseñan sobre Dios. Me dieron una Biblia. ¡Me gusta mucho todo!” dice.
A Flora le encantaba ver a su niña emocionada y disfrutando del programa. Flora también empezó a asistir a la iglesia, para conocer más a Dios, y nuevas puertas empezaron a abrirse como respuesta a sus oraciones. Esto no pudo haber sucedido en un mejor momento en sus vidas.
“No teníamos nada. No estábamos bien. Mi esposo no estaba trabajando. Con las justas teníamos para comer. La gente del programa empezó a darnos canastas de víveres, nos visitaban, oraban y estuvieron ahí por nosotros,” dice.
Sonrisas cálidas y corazones esperanzadores
El personal del programa pronto se dio cuenta que Flora hacía hermosas manualidades, y la contrataron para enseñar a las otras madres para que ellas puedan generar un ingreso para ellas y sus familias.
“Estaba tan sorprendida cuando me dijeron. Había orado a Dios para que me ayude con esto de las manualidades, y fue perfecto porque justo había recibido un pedido grande y no lo pude haber hecho sin las otras mamás. ¡Fueron buenas alumnas y terminamos todo! Ahora ellas también están ganando su dinerito. Mi hija me ayudó y todo ha sido de gran bendición,” dice Flora.
Y como si eso no hubiese sido suficiente alivio y bendición, los 150 niños inscritos en el programa, incluyendo a Sthefany, también recibieron una frazada de buena calidad, una casaca y lana para que las mamás les hagan chompas a sus pequeños hijos.
En las profundidades de este friaje, los niños ahora tienen sonrisas cálidas en sus rostros y esperanza en sus corazones.
“Estaba tan feliz cuando recibí mi frazada y mi casaca. Es bonita y calientita. Para tener algo así hubiésemos tenido que usar el dinero que teníamos para la comida o para la chacra. Me siento bien y muy agradecida,” dice Sthefany.
La gratitud de Flora es sentida. “Estoy tan agradecida a Dios. Es por esto que no dejo de asistir a la iglesia ahora. Estoy aprendiendo sobre Dios gracias al pastor. Dios siempre nos ha mandado sus bendiciones y nos está ayudando a través del programa ahora.”
“Jehová es mi pastor; nada me faltará."
Salmos 23:1